Ella, amante de la escritura, empezaba a maldecir aquel cuaderno que le sonsacaba todos los recuerdos... los más dolorosos, los que no se cuentan, los que evocaban el amor más reciente, los que solo alguien como él se atrevía a plasmar, en forma de poesía o de historias. Apretó las mandíbulas en una lucha por contener las lágrimas, surgidas sin duda de la rabia y no influidas en absoluto por la tristeza. Lo maldijo por haberse ido de su vida pero no de su memoria. Aspiró el aire húmedo de la habitación y alejó de su cabeza la imagen que desde hacía dos meses la perseguía, consolidada en sus retinas, colonizadora impetuosa de sus noches, imagen distante y tentadora distracción. Cogió el cuaderno sin ganas y lo abrió, topándose con uno de los versos que habían surgido de su propia mano meses antes, antes que verse envuelta en una soledad antes ficticia, ahora verdadera:
''Las horas transcurren lentas, y los minutos inciertos,
esperando una mirada tuya que me dé el aliento;
o palabras serenas que me libren del hastío
que hace morir poco a poco este corazón vacío.
Extraña será la noche que no pregunte a la luna
si las esperanzas mienten, o serás tú mi fortuna;
Con la almohada por testigo y una lágrima furtiva,
me callo con la promesa de quererte mientras viva,
sellando así un 'para siempre' que el alma jamás olvida...
y con tu nombre en los labios, al fin, el sueño me convida.''